“LOS NIÑOS NO VOTAMOS”

 

Por Julio César García Calderón

 

Ya de retorno de mis habituales actividades laborales, en compañía de mi colega de trabajo nos ubicamos en uno de los costados de la panamericana en el paradero hacia el sur frente a la plaza principal del Centro Poblado San Martín de Porres del Distrito de San José, allí mientras el viento se entretiene jugueteando con la tierra haciéndonos danzar con posiciones que esquiven sus molestias, esperábamos una movilidad que nos traslade hacia el puerto de Pacasmayo o directamente hacia la capital provincial.

 

Usualmente solemos utilizar ese mal necesario llamado combi, pero ese día uno de los ómnibus de servicio interprovincial nos invito a subir. Tomé uno de los asientos intermedios y mi colega se posesionó en el asiento de enfrente, subieron mas pasajeros buscando donde ubicarse, todos pasaban hacia la parte posterior, nadie tomo el que se encontraba a mi lado, era como si ese estuviese reservado para alguien.

 

Retome la mirada hacia atrás al escuchar como si fuera el discurso de algún candidato en busca de votos (voz tranquila, muy amable, muy respetuosa y una forma casi de clemencia para conseguir la atención y pedir apoyo). Para mi sorpresa el que estaba en medio de ese pasadizo y que se dirigía a ese reacio auditorio era nada y nada menos que un niño de aproximadamente unos 10 a 12 años de edad. En verdad no alcancé a escuchar bien que es lo que decía pero luego de algunos momentos hizo su aparición de asiento en asiento con una bolsa de caramelos en la mano solicitando que lo apoyen con la compra de su producto.

 

Mi colega Miguel Poémape cortésmente y en señal de solidaridad e identificación lo llamo para adquirirle sus tan publicitados caramelos. El niño agradeció con una sonrisa y de oferta nos regalo su compañía sentándose en el asiento que estaba precisamente a mi costado.

 

Lo miré y le invité a la conversación: ¡Hola! ¿De donde eres?, ¿eres de Trujillo?. Su mirada se volvió vivaz, tierna, y creo yo, que se sintió un poco tenido en cuenta y hasta percibí que se sentía feliz de que alguien lo escuchara. Su aptitud fue diferente, su desenvolvimiento fue más locuaz, su sinceridad reflejaba tristeza pero a la vez un optimismo contagiante frente al futuro. Rápidamente me contestó: “soy de acá nomás de Ciudad de Dios”, ¿así…? ¿Y como te llamas?, Martín Salinas, me respondió dándole mas concentración a la conversación ¿Y que tal te va el negocio? le indague, “ a veces sale mas o menos, como hay días también que no sale ni para el té”. Y nos enfrascamos en una tertulia donde él era el actor principal, y en verdad me parecía que con su apasionada narrativa me cantaba y me acrecentaba esa nuestra realidad tremenda donde no es necesario crear miniseries, ni inventar novelas, sino únicamente escuchar a tanto niño trabajador que diariamente vemos por la calle que de alguna manera están supliendo alguna ausencia y que se han convertido rápidamente en seres con responsabilidad de adultos frente asimismo y al hogar.

 

Me contó que era huérfano de padre, repitió, lo que supongo en alguna oportunidad le contó su madre o algún familiar, que a su progenitor lo mataron cuando él todavía era muy pequeñito, que su familia es numerosa, algunos son ya mayores, que su Madre labora haciendo adobes en el programa “a trabajar urbano” y que salía muy temprano.

 

En ese momento interrumpí su relato al mirar por la ventana un bien implementado equipo de propaganda electoral de las elecciones municipales que en una de las paredes ubicadas a un costado de la carretera pintaban unos impresionantes murales. Le hice notar eso a mi colega Miguel y él a manera de comentario me hizo una pregunta: ¿eso de las propagandas electorales debe costar un montón de plata, no?, yo le asistí afirmativamente, pero en eso interviene la voz inocente y esperanzadora del niño Martín con una utópica sugerencia: “con esa plata nos ayudaran a nosotros los niños pobres ¿no?” Yo no supe que contestar y un poco que asumí una vergüenza ajena, y el niño inmediatamente dio la estocada final con una capacidad de reflexión y una madurez de pensamiento que solo los golpes de la vida lo pueden enseñar y afirmó una gran y dolorosa verdad diciéndome: “Es que los niños no votamos, pues…”. Me quede perplejo frente a tamaña aseveración, comprendí la falsedad de democracia en que la han convertido los que viven de la política, por eso no tenemos buenos dirigentes ni autoridades honestas y capaces, por que el hombre del mañana esta abandonado e ignorado hoy.

 

Martín dice que si esta estudiando, quiere progresar, ser una persona útil y cambiar su destino y el de mucha gente, mientras tanto sigue ofreciendo sus caramelos en los ómnibus interprovinciales, yo le ofrecí volver a conversar con él, me recordó y me sugirió que si podía apoyarlo que lo podría ubicar por el sector frente a Ciudad de Dios en Pakatnamu: “llega donde hay el segundo restaurante al costado hay un tragamonedas allí pregunta por Martín Salinas ellos le dan razón todos me conocen”. Llegamos a Pacasmayo nos despedimos con una profunda tristeza y caminando casi como deambulando...

 

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